Hace más de 500 años se conoce que ya la mujer considerada como pertenencia individual, destinada a propiciar placer sexual y a funciones de reproducción, mientras que los hombres tenían derecho a practicar relaciones sexuales con varias mujeres y el sexo para ellos es considerado como una realidad más de la vida cotidiana.
Con estas raíces como influencia se van formando los géneros (construcción social que conceptualizaba lo masculino y lo femenino), y a punto de partida de ello se le asignan partes a cada sexo, que es lo que se espera socialmente que cada sexo haga.
De igual forma, y desde lo social con raíces en el pasado, se empiezan a formar mitos, fábulas, ficción alegórica a un tema y tabúes -algo que no se puede hacer o lograr- en torno a la sexualidad y al desempeño sexual de cada sexo, los cuales llegan aún hoy a nuestros días y mediatizan de forma negativa el disfrute de la sexualidad y marcan definitivamente el comportamiento sexual humano.
Analicemos por separado a hombres y mujeres, pues las diferencias en los mitos y tabúes encontrados según el sexo y consideramos que aún antes del nacimiento ya se empiezan a gestar. A la mujer desde que está en el vientre de su madre se le coloca en el famoso mundo rosado, los colores de asignación femeninos los suaves y tonos pasteles; de ella se espera que sea dulce, cariñosa, afable, pasiva y todo ello marca hasta sus juegos infantiles y profesiones futuras.
Por definición se constituyen los mitos femeninos:
Mujer es igual a madre (primera y suprema aspiración femenina).
Todo esto marca desfavorablemente la expresión de su sexualidad, pues se le expropia de espacios vitales femeninos, se le oculta y marca la sexualidad desde la cuna (del sexo no se habla, el sexo es sucio, no se le acarician ni se le celebran los genitales como al varón), y todo esto marca desfavorablemente la sexualidad femenina desde muy temprano en la vida. A las mujeres se le lastra la autoestima y el autoerotismo, pues no le es permitido manifestar sus deseos, pasiones y necesidades sexuales.
Se le prepara desde niña para la maternidad (su función central como sexo), y se le enseña que debe ser buena madre, esposa fiel monogámica, cariñosa, dulce, comprensiva, no se le estimula el disfrute de la sexualidad, se limita la expresión de su conducta sexual, en totalidad, se le prepara para satisfacer y atender necesidades de otros.
Poca utilización de caricias, porque por la educación recibida se imposibilita manifestar sus deseos y necesidades sexuales, y se les acostumbra a jugar un papel pasivo dentro de ellas.
Todo lo que influye en que la mujer no logre un pleno disfrute de sus encuentros sexuales, y a la larga puedan aparecer disfunciones sexuales femeninas; por ejemplo, deseo sexual inhibido, vaginismo, anorgasmias primarias o secundarias, etcétera.
Al varón se le prepara para el espacio público, se le exige un comportamiento sexual y con disfrute de ello, se le refuerza el entrenamiento en el sexo y así favorecen también la aparición de mitos masculinos. El amor masculino es sinónimo de sexo y de placer porque se le inculca el disfrute con la sexualidad es todo. Debe tener una agresividad erótica, pues tiene que ser él quien tome la iniciativa, la proposición y haga todo en las relaciones sexuales.
Después de todo el hombre debe ser padre (esto en un último lugar, lo cual lo diferencia del sexo femenino); no obstante, también al varón desde el punto de vista social se le expropian espacios vitales masculinos como: No se le permite expresar sentimientos pues los hombres no lloran y no se quejan, lo que repercute en su salud y su sexualidad de forma negativa.